-
-
-
Cerrar
- Iniciar sesión
- Crear cuenta
Al leer un libro, mantenemos un estrecho contacto con su materialidad. Durante siglos, la parte tangible de las obras impresas ha sufrido cambios importantes. El formato, el tipo de papel o la encuadernación han sugerido (y sugieren aún) significados. Desde el pensamiento editorial, también configuran públicos. ¿Es lo mismo leer una obra encuadernada en pasta dura que en pasta blanda? ¿Llevaríamos un libro de gran formato en el transporte público? Las elecciones materiales determinan y orientan nuestra experiencia de lectura.
Dicha experiencia permite singularizar nuestros momentos de lectura. Cobran peso la textura del papel, su olor y color, el peso del libro, la elección de sus tintas, su fragilidad –en el caso de libros viejos– o su firmeza –en el caso de volúmenes lujosos, como los libros de arte–. Todos estos aspectos construyen significados y, es preciso decirlo, generan un nexo afectivo entre quien lee y el objeto que sostiene. Incluso soportes digitales, como los dispositivos Kindle, ofrecen al usuario una experiencia de lectura específica, vinculada a una materialidad y una existencia tangible para la obra. La luz –que puede ser cálida o fría– o la nitidez de sus pantallas ofrecen una experiencia material muy distinta a aquella de los libros impresos. Prestar atención a estos detalles adquiere gran relevancia, pues nos permite reconocer que toda lectura está vinculada a su forma y que el contenido no es indisociable de ésta. Leer es también pensar en lo que se toca y se experimenta, lo que el cuerpo percibe. Lo tangible es un mensaje amplio.